El miércoles 14 de febrero dio inicio a la Cuaresma, el tiempo litúrgico en el cual nos preparamos para celebrar la Pascua, es decir, la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
En la celebración de la Eucaristía, con la que iniciamos la Cuaresma con el rito de la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas (o en la frente) en señal de penitencia, escuchamos en el Evangelio (Mt 6,1-6.16-18) que la práctica de la limosna, la oración y el ayuno son los medios para practicar la justicia y, de este modo, agradar a Dios. Si bien es cierto que estas tres obras de piedad deben de ser practicadas siempre, la Iglesia nos invita a hacerlo con mayor intensidad durante la Cuaresma.
La Palabra de Dios nos invitará insistentemente durante lo que resta de estos cuarenta días a la CONVERSIÓN. Se trata de una invitación a reencontrarnos con nosotros mismos y para ello nos ayudará el AYUNO, las privaciones, cualquier tipo de mortificación que nos permita entrar en nosotros, a reconocernos y reencontrarnos con nosotros mismos. En la medida en que vaya entrando en mí mismo redescubriré la imagen y semejanza de Dios en mí con el que podré comunicarme por medio de la ORACIÓN. Este proceso de conversión se completará aceptando la invitación que Dios me hace a vivir en comunión con los demás, como hijo de Dios y hermano de los demás, especialmente de los más necesitados; y esta común unión se expresa a través de la LIMOSNA o la CARIDAD.
Por lo tanto, la práctica del AYUNO, la ORACIÓN y la CARIDAD, son los medios que nos van a permitir vivir el mandamiento supremos: AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS Y A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO.
Practicar este mandamiento, es practicar la justicia que Dios espera de nosotros; es pasar de la oscuridad a la luz, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida; es tener parte en EL MISTERIO PASCUAL DE CRISTO, DE SU MUERTE Y SU RESURRECCIÓN.
P. Luis Felipe Leyva,
Párroco de San Pablo Apóstol.