“Hubo una vez, una enfermedad, una pandemia mundial que privó a los seres humanos de reunirse, de abrazarse, de besarse, de encontrarse. Privó de celebrar la pasión, el amor, la fiesta, la alegría, la fe, la religiosidad. Privó de libertad de tránsito, privó el trabajo, emergió la desconfianza. A los católicos nos privó de las misas presenciales, de nuestra semana santa, de nuestro sábado de gloria…”

Tiempo de pascua, donde celebramos el acontecimiento más importante para nosotros lo cristianos, la resurrección de Jesús. Lo celebramos en medio de una situación única, que nadie había vivido, que nadie había presupuestado. Las voces siempre edificantes de nuestros jóvenes, los gritos inquietos de nuestros niños, los teclados de las computadoras de nuestros juniores, las oficinas de nuestras parroquias, los escritorios de nuestras asociaciones civiles deberían están llenas de proyectos, ilusiones a todo lo que da. Pero pareciera que esto no es así.

Estamos en un tiempo de iglesias, grupos, apostolados, proyectos, celebraciones, comunidades a puertas cerradas, casi todo a la distancia. En este sentido nos identificamos con aquella primera comunidad de Jesús: con miedo, encerrada, después de la muerte de su amigo. Aquellos hombres no tenían claro qué paso dar. En esos momentos de miedo, angustia, desconcierto, se les hace presente Jesús, sus palabras clarifican su corazón, su mente. Y así como a ellos, también a nosotros se nos presenta Jesús y aquellas palabras las hace para nosotros: “No teman. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí, ha resucitado”, “La paz esté con ustedes”, “Reciban el Espíritu Santo”, “De qué cosas hablan tan llenos de tristeza”, “Qué insensatos y duros de corazón”, “Yo soy la puerta”.

Las mujeres tristes, desconsoladas se dirigen a hacer lo que tienen que hacer, van a terminar de preparar el cuerpo de Jesús, sin una motivación, van simplemente a cumplir. Y al llegar se encuentran con la gran noticia, “no está aquí, ha resucitado”. Y así nosotros, debemos estar haciendo lo que tenemos que hacer desde nuestras comunidades, desde nuestros templos vacíos, desde nuestros escritorios sin papeles. Atentos a la voz del resucitado que nos dirá, “no tengan miedo”; con la mirada hacia un futuro esperanzador, “diríjanse a Galilea”. Y con esa mirada positiva tenemos que afrontar estos momentos, sin miedo, sabiendo que Jesús nos espera allá en Galilea, allá donde hizo despertar sueños, esperanzas.

A los apóstoles encerrados, se les hace presente Jesús; “La paz este con ustedes”. Les da una paz que abraza el corazón, apapacha el alma, cobija las esperanzas. Es la paz que necesitamos ahora, nuestras mentes están preocupadas, estamos inquietos, necesitamos la paz que Jesús da. Vendrán cargas económicas, vendrán rezagos pastorales, costará trabajo volver a comenzar; “La paz este con ustedes”. Que la paz esté con nosotros es el deseo de Jesús para nuestras obras, parroquias, proyectos. Esa paz tan necesaria para volver a comenzar cuando nos sea posible. Y junto con la paz, nos regala el Espíritu Santo, esa fuerza para salir adelante, para mantenernos con mucha fuerza y esperanza, sabiendo que estando Él con nosotros saldremos adelante. 

“De qué cosas hablan tan llenos de tristeza”, invitación a exponer nuestras preocupaciones. Todos y cada uno de nosotros miramos con preocupación nuestra Viceprovincia (me atrevo a hablar por todos). Somos una presencia pobre, tenemos para lo inmediato, nuestras parroquias son populares, nuestras obras se van manteniendo al día. Somos un número pequeño de religiosos, nuestro trabajo diario va solventando nuestra vida cotidiana, sí, hay cosas que tenemos que platicar. Lo tenemos que hacer para que no se endurezca el corazón, la indiferencia no tiene cabida. Hay cosas que nos llenan de tristeza, preocupaciones de las cuales debiéramos platicar. “Qué duros de corazón”, que el corazón no se nos endurezca por guardarnos aquello que vamos viviendo. Hay que hablar, hay que compartir lo que estamos viviendo, cómo lo estamos viviendo.

Al final cuando todo esto haya pasado, cuando abramos las puertas de nuestras parroquias, de nuestras comunidades, de nuestras obras, nos daremos cuenta de que el Señor nos ha llevado por senderos buenos, que su yugo es más ligero que el nuestro, que Él es nuestra Puerta de entrada y salida. Que siempre nos ha guiado como su rebaño más amado.

Benjamín Castillo.