Estos días se cumple un año y medio que estoy como maestro en el IJC y, pienso que es un buen momento para hacer una valoración de lo vivido durante este tiempo.
Ha sido un tiempo muy intenso y lleno de experiencias diversas. El curso pasado fue complicado, ser maestro en línea de niños y niñas de primero de primaria no fue fácil.
Cuando abría el Zoom y se me llenaba toda la pantalla de caritas sonrientes e ilusionadas para aprender, me daban la fuerza para reinventarme como maestro y buscar soluciones a todas las adversidades que se iban presentando, el cansancio que se acumulaba a medida que iba pasando el curso, de todo un curso en línea, problemas con los aparatos electrónicos, la batalla con el acceso a internet, la dificultad de transmitir contenidos y procedimientos en línea, el visiteo a los niños con los que perdíamos el contacto…
Tuvimos dos momentos muy especiales, que me llenaron de ilusión y de fuerza para continuar, la caravana de Navidad y cuando fuimos a las casas a visitarlos en el Día del Niño, creo que fui tan feliz como ellos.
Este curso va transcurriendo con más normalidad, a medida que han ido disminuyendo los Zoom ha ido aumentando la presencia de los niños en la escuela, pudiendo dedicar las energías de forma más efectiva en la ayuda a los niños.
Este curso va transcurriendo con más normalidad, a medida que han ido disminuyendo los Zoom ha ido aumentando la presencia de los niños en la escuela, pudiendo dedicar las energías de forma más efectiva en la ayuda a los niños.
Ser maestro en el IJC, una escuela ubicada en una colonia de gente muy sencilla venida de casi todos rincones de México, familias a veces rotas por la violencia, la droga y el alcohol, a escasos metros del muro que nos separa del llamado “sueño americano”, una escuela que no se rinde delante de las dificultades, que batalla para atender a todos los niños, si el niño no viene tu vas a buscarlo y asegurarte que está bien, impregna un carácter muy especial, un carácter muy Calasancio.
Albert Pujol
Maestro escolapio en el IJC