NUESTRO PADRE FUNDADOR

San José de Calasanz, el fundador de la primera escuela pública cristiana y de los Padres Escolapios, nació en 1557, en Peralta de la Sal (Aragón, España). Nueve años después de ser ordenado sacerdote, partió hacia Roma, donde se conmovió con la miseria de la juventud en el barrio más pobre de la ciudad. Escuchó la voz del Señor, que le dijo: “José, entrégate a los pobres. Enseña a estos niños y cuida de ellos”.

Calasanz, sintiendo compasión por los niños pobres y abandonados que vivían en Roma, fundó en la Iglesia de Santa Dorotea la “primera escuela pública y gratuita de Europa”. Su meta educativa quedó resumida en su lema de “Piedad y Letras”, que puede traducirse por “fe y cultura”. Llamó a su obra las “Escuelas Pías”.

El centro de sus ideas educativas fue el respeto por la personalidad de cada niño y el ver en ellos la imagen de Cristo. Por medio de sus Escuelas Pías, trató de servir las necesidades físicas y espirituales de los jóvenes bajo su cuidado. Calasanz fue amigo de Galileo, el destacado científico, y dio gran importancia a las ciencias y matemáticas, así como a las humanidades, en la educación de la juventud.

Para continuar su labor educativa fundó la Orden de las Escuelas Pías, una orden religiosa cuyos miembros, conocidos como Escolapios, profesamos cuatro votos religiosos solemnes: pobreza, castidad, obediencia, y dedicarse a la educación de la juventud.

El sueño de San José de Calasanz de educar a todos los niños, sus escuelas para los pobres, su apoyo a la ciencia de Galileo, y su vida de santidad en servicio a los niños y jóvenes, le ganaron la oposición de muchos en las clases dirigentes de la sociedad y en la jerarquía eclesiástica. Pero Calasanz mostró una paciencia ejemplar frente a los problemas.

Murió en Roma el 25 de agosto de 1648, convencido de que su orden y su sueño no morirían. Y así fue, pues fue declarado santo en 1767, y el Papa Pío XII le declaró en 1948 “celestial patrono de todas las escuelas populares cristianas”. El Papa Juan Pablo II afirmó que San José de Calasanz tomó por modelo a Cristo e intentó transmitir a los jóvenes, además de la ciencia profana, la sabiduría del Evangelio, enseñándoles a captar la acción amorosa de Dios.

La Iglesia celebra su fiesta el día 25 de agosto.

San José de Calasanz

EL CARISMA DE CALASANZ

El carisma fundacional de los Escolapios nació en la Iglesia, por obra del Espíritu, en la vida de nuestro Padre y Fundador José de Calasanz (1557-1648). Fue perfilándose y adquiriendo sus rasgos característicos en Roma en un proceso que duró unos veinticinco años (1597-1622).

Dios preparó en la persona de Calasanz a un mediador para enriquecer a su Iglesia con un nuevo don carismático. Le concedió dones naturales y el ambiente de una familia que le facilitó una excelente y larga formación cristiana y cultural. Le llamó al sacerdocio, cuyo ministerio ejerció en diversas misiones curiales y pastorales. Y en 1592, lo guió hacia Roma para acabar de manifestarle la misión eclesial a la que le llamaba.

En los primeros años de su estancia en la Ciudad Eterna, circunstancias providenciales le llevaron a un singular encuentro con Jesucristo, a partir de una experiencia evangélica de apertura a la realidad, en la que maduró conjuntamente en sensibilidad social y espiritual. Esta evolución personal del Santo, muy acusada desde 1596 en los dos ámbitos de su experiencia, preparó su espíritu para recibir el regalo de Dios en Santa Dorotea, mientras buscaba una solución a las necesidades espirituales y culturales de los niños de las clases populares, para contribuir a la vitalidad de la Iglesia y a la reforma de la sociedad de su tiempo.

En la primavera de 1597, Calasanz, como miembro de la Cofradía de los Doce Apóstoles, visitó la vecindad romana de Trastevere y en la parroquia de Santa Dorotea descubrió una pequeña escuela parroquial, que hizo eclosionar en su corazón el camino decisivo y mejor de su vida.

Aquella escuela, convenientemente remodelada, tanto en los alumnos como en los maestros, según lo que Calasanz intuía por inspiración, se convirtió desde el mismo otoño de 1597 en el inicio de su respuesta vocacional definitiva y en el germen de las Escuelas Pías.

Este carisma fue recibido por Calasanz, ante todo, como la aceptación de una nueva misión evangelizadora y educativa de la que participaron sus primeros compañeros; dio lugar después a una relación particular con ellos al compartir, además del ministerio, vivienda, oración y bienes en una comunidad más estable; y finalmente se expresó cuando Calasanz y un pequeño grupo de sus seguidores abrazaron una forma de vida religiosa, que consolidó y dio unidad a lo realizado y vivido hasta entonces. La Iglesia la aprobó como Congregación en 1617 y como Orden con un voto específico, en 1622, con el nombre de Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.

Por consiguiente, el carisma calasancio se manifestó progresivamente y fue aprobado por la Iglesia como una misión educativa cristiana destinada a niños y jóvenes, compartida desde y en una comunidad de vida religiosa, y realizada por personas consagradas a Dios, preferentemente sacerdotes.

En los años sucesivos hasta su muerte, José de Calasanz promovió la expansión del carisma, cuidó atentamente la encarnación del don fundacional y lo defendió frente a experiencias e interpretaciones que no respondían a la intuición de los orígenes.


Fundador de la primera Orden religiosa dedicada específicamente a la educación cristiana popular a través de la escuela, insistió siempre en tres rasgos carismáticos de la misma,
 presentes germinalmente desde el principio, afirmados explícitamente en las Constituciones de 1621 y perfilados en los años de expansión y de conflicto: dar prioridad a la educación desde la infancia, a la educación de los pobres y a la educación en la piedad.

Padre espiritual de sus hijos, Calasanz promovió entre sus religiosos una espiritualidad en armonía con el proyecto o forma de vida “mixta” diseñado en las citadas Constituciones, en el que sobresalen actitudes como la confianza filial en Dios, la identificación con Cristo crucificado, la docilidad al Espíritu, la dedicación a la Madre de Dios, el sentido eclesial y litúrgico, y algunas virtudes características como piedad y santo temor de Dios, pobreza y humildad, caridad y paciencia, entrega y abnegación, diligencia y sencillez, amor paternal y generosidad, esperanza y alegría.